Cuando a un isleño le roban los abrazos se funde en la extensión de su propio plasma sanguíneo.
Sumergir la cabeza bajo el agua del mar, por un momento, le permite sentirse en el vientre latente de Pachamama.
El sonido rítmico de las olas le trae de vuelta al útero materno que, cuando está en calma, le envuelve y le sostiene sin necesidad de brazos.
El abrazo es la cura. El amor lo es...Y el isleño que siente que le cortan los afectos, va a enjugarse las penas en este gran refugio: el mar.
Nos pausaron la vida. Nos amputaron las extensiones del corazón. Nos inyectaron por ojos y oídos la primera vacuna: el miedo.
Nos convencieron de que estando sanos, debemos ataviarnos como apestados altamente contagiosos. Asco a tocar a los nuestros. A respirarlos. Miedo y asco...y el sistema inmune empobreciéndose, lejos de prepararse para un supuesto nuevo ataque.
Si no puedo abrazar a mi madre vendré a que Pachamama, Gaia, nuestra madre común, me acoja en su vientre siempre que pueda...y siempre que nadie le ponga cadenas al mar, que es la vacuna que yo elijo....