domingo, 11 de octubre de 2020

DIARIO DE UNA PANDEMIA III

Se declara el estado de alarma el mismo día que salgo de vacaciones. Y así...una semana de "vacaciones" en casa.

Estalla el cáos mediático ante un enemigo invisible que nos encierra en casa por "seguridad".

Militares en las calles...Me falta el aire...Nada bueno puede salir de un asunto sanitario que se intenta controlar como una guerra...Historias del pasado me oprimen el pecho. Me traslado a una época, a lugares que pertenecieron a otros y cuyos ecos han quedado grabados en mí. Miedo...Me ahogo en pesadillas aún con los ojos abiertos. Miedo...

Bombardeo de noticias donde sólo se habla de muertos. Se repite la información en bucle y termino apagando la tele. Bombardeo en las redes...Algo no nos están contando, pero se habla sin parar sin dar información relevante. Sólo se expresa miedo, caos e incertidumbre. Comienzo a dejar de seguir contactos que repiten lo de los muertos como un mantra. Nada que no me aporte. Amplío mi visión hacia científicos independientes que llevan tiempo informando y a los que se les ha silenciado sin escrúpulo...me dedico a observar sin opinar, porque todo es demasiado nuevo y las revelaciones demasiado arriesgadas para tomarlas en serio a la primera. Sólo observo.

Llegan imágenes de balcones solidarios. Conciertos organizados o encuentros de artistas que nos quieren hacer más amena esta extraña y nueva existencia...hoy nadie se acuerda de ellos.

Aquí tocaba pensar en el otro. Ser empáticos. Cuidarnos para protegerles...vibrar en el amor frente a toda esta incertidumbre que nos hace torpes en la asignatura de vivir.

Fueron siete días extraños.

Luego, a trabajar, porque mi servicio era esencial.

Desde el mostrador se vivía un vacío denso, pero no dejaba de trabajar. Teléfonos que echaban humo, gente asustada, mayores que lloraban angustiados...E irte a casa con toda esa carga del cambio y del miedo de otros.

Entender la importancia de tu papel en todo esto. Llorar por las noches sin consuelo para poder "colocarlo".

Trabajar más que nunca. 

Dejar caer, exhausta, la cabeza en la almohada y levantarla porque surge otra idea para "abrazar" a la gente con una palabra, un gesto o una nota.

Llamar a clientes de los que no sabes nada hace tiempo. Hacerles saber que estás, por si te necesitan. 

Emocionarte al bajar la verja del negocio y oír a los vecinos aplaudir a los que en ese momento eran los soldados de esta guerra. Y caer, días después, en que estás igual de expuesta y a ti nadie te aplaude...

Llorar cuando llegas a casa después de la compra por sentir el estrés de no saber qué protocolo toca hoy, pues hace quince días que no pisas el supermercado, y por el temor al vacío: estantes vacíos, saludos vacíos,miradas vacías...Observar el gesto automático de l@s cajer@s, reponedor@s, repartidor@s,...y caer en que tampoco les aplauden porque no salvan vidas, como si mantener el tipo ante semejante oleada de zombies no fuera digno de algo más que un aplauso.

Pensar en los agricultores y en lo poco que se valora su trabajo, a pesar de que comer lo que producen nos está costando una fortuna.

Sentir, una vez más, que todo esto me recuerda a otra época y que estamos a un paso de las cartillas de racionamiento, porque no es justo salir de trabajar y no encontrar nada en los estantes para elaborar una comida digna.

Comenzar a cuestionar informaciones que se contradicen aún cuando has llorado a los muertos (sin tener en cuenta que no habías estado tan sensible con los muertos de gripe del año pasado, que habían sido más)

No recuerdo en qué momento algo hizo "click". Había permanecido observadora, incluso defendiendo la importancia de obedecer las órdenes,pero sonó el "click" y dejé de conformarme. Porque las decisiones y las informaciones, de repente, no tenían sentido: como que en pleno siglo XXI se utilicen técnicas de la Edad Media para frenar una epidemia o que hayan estudios de sustancias útiles para estas y otras enfermedades, que no se den a conocer...¿qué quieren escondernos?

sábado, 3 de octubre de 2020

DIARIO DE UNA PANDEMIA II

Desde mi taza de café con canela observo el humo flotar a contraluz de este aire que se ha vuelto tan inseguro.

Intento mantenerme en el aquí, en el ahora, en el líquido ardiente que se aferra como un pañuelo a mi garganta...Y soy consciente de que este control de la mente durará lo que dura un café...

...Y ya acabó...y vuelvo a pensar que no creo en un virus que nos haga romper con todas las leyes de la biología y del funcionamiento de nuestro sistema inmune. No creo en algo que nos obligue a separarnos de los nuestros, a convertirnos en autómatas, refugiados sin campo,...porque las consecuencias serán peores que la propia muerte...

Creo en el control. En el interés por no permitirnos pensar independientemente. En una guerra biológica y dialéctica donde se tratan de silenciar voces alternativas a las fuentes oficiales, aunque el argumento utilizado se base en lo científico, pero tenga que lidiar con lo que se decide a nivel político. Sin base alguna...Sin criterio demostrable. Sólo el paternalismo. Sólo alimentar el miedo...

Creo en la guerra de las ondas, de las redes, de los medios audiovisuales, en la persecución y censura de todo lo que les es ajeno. Mientras, nos mantienen despistados y nos envían mensajes subliminales todo el tiempo.

El que me conoce sabe que no temo enfermar de un virus. Temo al miedo, a la ceguera, a la ignorancia, el egoísmo, la maldad, la sed de poder, el ego extremo, la condescendencia, la manipulación,...Temo a lo que me hace sufrir como ser humano por estar en desventaja, lo que incluye otros problemas de salud a los que no se está atendiendo en la actualidad. Quizá padecer una enfermedad que la farmacopea quiera controlar rompiendo con mi lado femenino, ayude a esta visión de las cosas.

Nos pretenden reiniciar...que temamos mostrar afecto. Algo tan necesario en el ser humano desde el momento en que nace...Nos obligan a taparnos con la idea de frenar un contagio que se dará en todos, tarde o temprano, porque algo sacado de laboratorio no se va a evaporar de la noche a la mañana.

Pretenden que hagamos de la calle, un quirófano, y que nos alejemos de los nuestros porque ahora son extraños y son peligrosos, olvidando la inutilidad de pretender tales cosas, porque en los quirófanos hay bacterias que infectan y sin los nuestros, no somos nada.

Lo he repetido muchas veces y vuelvo a hacerlo: si esta es la solución, prefiero morirme. Y no me tiembla la voz al decirlo ni la mano al escribirlo...no quiero verme en 30 años...vieja, sola, sin nadie que me toque para recordarme que sigo aquí, ni habiendo olvidado la sensación del tacto de otra persona...que igual es lo único que me haría reaccionar si la memoria se borra. 

No quiero interpretar sólo las miradas..quiero envolverme en las caras conocidas, las queridas, las que me hacen palpitar...y quiero seguir teniendo la libertad de respirar y de ver respirar a los demás.

No quiero ver a varias generaciones enfermas del síndrome del orfanato, dejando de llorar o de sentir, porque no hay nadie al otro lado para escucharlos. Sencillamente, no quiero. Porque es tan peligroso el humano sin empatía, como un virus de laboratorio no aislado, o una vacuna express con intereses económicos.

No quiero convertirme en policía de balcón: juzgar, "malmirar" o denunciar al que no sigue las normas, porque no me pagan para eso. No soy el perro sabueso de nadie. Teniendo en cuenta la existencia de un organismo oficial superior al estado en materias de salud, que ha desaconsejado tan absurdas medidas, no me presto a un juego que disfrazan de solidaridad, como en cualquier régimen autoritario. Solidaridad es dar información y facilidad de acceso sobre tratamientos demostrados frente a este problema y no su supresión o demonización. 

Y es que no puede ser que nuestra más valiosa herramienta: EL AMOR, sea motivo de censura. El AMOR, lo contrario al miedo. Igual que no podemos perder la perspectiva de que vivir en una burbuja es lo más parecido a morir poco a poco...


domingo, 20 de septiembre de 2020

DIARIO DE UNA PANDEMIA

 Empecé a tener ideas para escribir, prácticamente desde el primer día del estado de alarma.

Confusa, como todos, decidí no hacerlo. De repente estaba todo dicho. Todo escrito...Sobrecargado de emoción. Desbordado. Malo. Con poco valor...

Ahora me aventuro a pensar que quizá no importe tanto el valor literario, ni tener razón...Quizá el verdadero valor esté en expresar, en un momento en el que la presión social y política nos obliga a callar. A opinar clandestinamente. Bajito...Con el riesgo de que te incluyan en un "bando", personas que te tachan de irresponsable por abrir debates sobre argumentos que defiende la prensa...aún cuando tu te basas en datos científicos y en fuentes oficiales. 

Aún cuando no vendes nada, ni necesitas audiencias ni seguidores para ganar nada...porque aquí estamos perdiendo todos...

En realidad es más fácil tragar todo masticado y digerido, tan propio del culto a lo ultraprocesado, a nuestra era. A mi me gusta saborear lo que me pongo en el plato. Soy tan complicada...

Opinar distinto, ir contracorriente, no siempre es malo. Yo creo hacerlo desde el respeto, pues asumo las normas aún sin aceptarlas. Por respeto: a los miedos de otros y a mis bolsillos.

Sé que sueno incómoda porque soy el reflejo de lo que no quieres plantearte. Pero no soy nada más...¿qué importancia tiene mi manera de ver las cosas? No estoy aquí para convencer a nadie ni, desde luego, para que nadie me convenza.

Eso sí: me niego a seguir callando lo que pienso y algo me dice que este diario se promete largo. Sobretodo ahora, que he transitado la rabia y aterrizo en la calma que da la seguridad y confianza en lo que creo.

Si me equivoco, nada me compromete. Este es mi espacio y no soy el centro de nada.

Ni de nadie.

He recuperado las notas escritas durante todo este tiempo en papeles desordenados y he decidido darles una oportunidad. Plasmarlas en algún sitio. No sea que cuando me agarre este virus mortal, no haya nadie para comprobar lo equivocada que estaba...

domingo, 21 de junio de 2020

LA CURA DEL ISLEÑO

Cuando a un isleño le roban los abrazos se funde en la extensión de su propio plasma sanguíneo.

Sumergir la cabeza bajo el agua del mar, por un momento, le permite sentirse en el vientre latente de Pachamama.

El sonido rítmico de las olas le trae de vuelta al útero materno que, cuando está en calma, le envuelve y le sostiene sin necesidad de brazos.

El abrazo es la cura. El amor lo es...Y el isleño que siente que le cortan los afectos, va a enjugarse las penas en este gran refugio: el mar.

Nos pausaron la vida. Nos amputaron las extensiones del corazón. Nos inyectaron por ojos y oídos la primera vacuna: el miedo.

Nos convencieron de que estando sanos, debemos ataviarnos como apestados altamente contagiosos. Asco a tocar a los nuestros. A respirarlos. Miedo y asco...y el sistema inmune empobreciéndose, lejos de prepararse para un supuesto nuevo ataque.

Si no puedo abrazar a mi madre vendré a que Pachamama, Gaia, nuestra madre común, me acoja en su vientre siempre que pueda...y siempre que nadie le ponga cadenas al mar, que es la vacuna que yo elijo....



domingo, 26 de abril de 2020

ESPÉRAME AL OTRO LADO

Ayer dormimos a Layka.

Hace nada me decía a mí misma cuán afortunada era por llevar tanto tiempo sin despedir a un familiar...y ayer se nos fue uno.

Quince años en los que, intentando encontrar su sitio, formó parte de todos nosotros. 

Quince años en los que no logré estar a su altura y le cedí el testigo a la misma persona que me otorgó la vida. 

Quince años se fueron en aquél envase de 7 kilos de pelo, carne, hueso y resiliencia.

Quince años.

Layka vivió una separación; intentó aprender a quedarse sola en casa y no pudo; saltó como un muelle al recibirnos cada vez, para llegar a la altura de nuestra cara mientras sus patitas la dejaron; nos mordisqueó, arañó y lamió los pies, cuando ya no fue capaz de saltar tanto. Y nunca la entendimos...Su energía descontrolada exasperaba a todos. Y ella sólo buscaba su sitio.

Una nube blanca surcó su ojo y su visión de la realidad se redujo a la mitad. Empezó a asumir que el sitio la había encontrado a ella...

Vomitaba ansiedad. Toda esa ansiedad que ya no desfogaba saltando...Quizá nunca terminó de digerir que yo no volviera del todo, a pesar de que estaba en las mejores manos...

Contra todo pronóstico pasaban los años y seguía enérgica y fuerte: un tumor en la boca, una infección intestinal severa,... al más mínimo tratamiento reaccionaba y se reseteaba. Parecía querer durar para siempre. Sobrevivirnos,..No sentía tener permiso para marcharse.

Llegó otra nube que blanqueó el ojo sano...sus oídos se apagaron. Sólo le quedaba su viejo y fallido olfato.

A sólo dos días de dormirse me sintió llegar de visita e intentó lanzarse desesperada por el hueco de la escalera. Quería llegar a mí. Daba igual cómo...

Pero ayer sí cayó y su energía menguó.

La llevamos sin saber muy bien qué pasaría. Layka siempre sobrevive...Layka es fuerte..Nos hemos despedido de ella tantas veces y tantas veces ha vuelto...Que su final me pilló por sorpresa...

El mismo respeto que sentía por aquella viejita luchadora fue el que nos empujó a decidir que no merecía que la torturaran más. Que tocaba descansar de tanto buscar. Que le permitíamos irse con total libertad...y que la misma persona que no había estado a su altura en vida, tenía el compromiso de ayudarla a cruzar con dignidad...

Aún siento su olisqueo buscando el olor de mi cuello al dormirse...y su cuerpo peludo y enmarañado entre mis manos abandonarse casi sin resistencia al sedante. El peso de su cabecita en mi pecho pidiendo sostén...La deshice de su collar. Fuera ataduras. Sin nada que la ate a esta pena que hoy me rompe. LIBERTAD: el mejor regalo que podía darle...La besé. Le di calor a su corazón. Sostuve sus patitas que daban brinquitos buscando apoyo...Y se fue...

Se fue y me contuve temiendo que aún pudiera sentirme. Y llegué a casa y lloré. Me dormí llorando y llorando desperté. Porque ya no está. Porque otra vez la dejé atrás. Ahora definitivamente...

Le pedí perdón.
Le dí las gracias.
Le dije que la perdonaba por haberme mordido una vez al bajarla del sofá.
Y le recordé que la quería tanto, que esperaba que al cruzar me recibiera ella...

Ayer se cerraron quince años de varias vidas.

No tengo palabras para agradecer a mi madre tanto esfuerzo en su día a día. O a mi hermano por tanto respeto al observar desde la puerta mi ritual de despedida. Su apoyo. Su compañía...Por abrazarme con la mirada en este momento en que los abrazos no pueden darse. Gracias. Por tanto...

Ayer dormimos a Layka...y fue un gran honor "llevarla de la mano" hacia esa puerta de embarque. Ojalá me despidieran a mí con ese amor algún día...A pesar de los años...a pesar de los daños...A pesar del Amor...