Soñé que mi casa ardía, pasto de las llamas. Soñé que todo aquello que ayer me devolvía la imagen colorida de su silueta, hoy se teñía de rojo y me explotaba en la cara.
Por cada puerta de acceso a una estancia, mi casa me escupía una bola incandescente.
Mis piernas se abrasaron, mis manos se derritieron y mis ojos se secaron, fundiéndose los párpados sobre las cuencas vacías.
Podía sentir el calor y escuchar el lenguaje del fuego: estallidos, chasquidos, repiqueteos, rugidos,...el monstruo me hablaba de frente. Desde dentro...
No pude más que fundirme en su abrazo destructivo, rindiéndome a una virulencia y supremacía magníficas....Me consumí.
Fue entonces cuando pensé en el amor que tenía y debía a aquella casa...y de mí brotó agua. Fluí como un río caudaloso que inundaba cada estancia. Desde mis cenizas, las lágrimas previas cobraron fuerza. Me volvía agua, catarata de vida.
Tomé conciencia de mi nuevo estado e imploré lluvia. Me expresaba desde la impotencia del que todo lo pierde: sin miedo. Desde el amor incondicional a aquel suelo que hasta hace nada me albergaba: sin miedo. Desde el agradecimiento por haberme acogido tanto tiempo y por todo lo que se estaba moviendo para su salvación: sin miedo.
Y la lluvia llegó.
Todo aquel agua brillaba como plata fundida y avanzaba coloreando, a su paso, lo que se había vuelto ya gris y yermo.
Todo aquel agua brillaba como plata fundida y avanzaba coloreando, a su paso, lo que se había vuelto ya gris y yermo.
Un único pensamiento lanzado desde el amor y agradecimiento más infinito y profundo: "Agua, lluvia, río, cascada, laguna,...Agua"...
Y el milagro se obró.