Llueve. Llueve serenamente y la tarde se aparca.
La humedad eléctrica se empapa.
El agua nos envuelve con su rito tonificante.
El olor a aire limpio, por fin, lo impregna todo. La tierra mojada que absorbe el sagrado elemento se convierte en matriz, en lugar para la vida.
Caminar sobre los adoquines limpios y escuchar chasquidos a cada paso. Respirar...pensar que el aire no es el de ayer, que se ha transformado, purificado...
La lluvia...la lluvia que se lleva todo lo feo, lo malo, lo sucio,...el agua serena que barre impurezas a ritmo de goteo cristalino.
La vida que revienta verde, tierna, entre adoquines, a modo de improvisado tiesto.
Sería hermoso que algo así se potenciara, elevando aún más si cabe su valor...Y que la lluvia fuera siempre este regalo que, además, arrastrara nuestras miserias, maldades y miedos...sepultándolos a todos en el barranco del olvido.
Mientras, hoy se me enjuaga el alma de agradecimiento. Y es que, de momento llueve, que no es poco....
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