Esta es la historia de alguien que empezó su vida siendo un instrumento de trabajo. Una cosa...
De alguien que llegó a olvidar quién era, que se perdió, porque su existencia era trabajo, entreno y encierro. Y algún que otro golpe...
Pasado un tiempo no les importó cederla. Era malhumorada, huraña,...buena en lo suyo, pero desconfiada.
Así que, pudiendo obtener nuevos instrumentos de trabajo, cederla era un alivio. Y una suerte. Sobretodo para sí misma.
En su nuevo destino, otro alguien vio en sus ojos una nobleza olvidada. Apostó por ella y decidió que no sería un instrumento, sino una compañera de trabajo. Y de vida. Fue ahí, en realidad, donde nació...
Empezó, dentro de su rutina, otro tipo de entrenamiento: aprendió, poco a poco, a ser miembro de una manada; a permitir que se le acercaran; a aceptar el espacio abierto de una casa como sitio seguro, sin sentirse obligada a meterse en su jaula porque el mundo y la libertad le daban miedo.
Con su presencia imponente generaba respeto y cierto temor...y no todos la entendían a la primera...
Su tiempo de VIDA fue corto, pero en su última etapa ya se había encontrado.
Se convirtió en un ser de corazón noble y cicatrizado que sólo pedía caricias, insistente, tratando de recuperar el tiempo perdido.
Logró, con su mirada tierna, que todos los que la temíamos conectáramos alguna vez con ella. Se volvió perra, pastora, protectora...Y saber quién era, por fin, le proporcionaba otra maravillosa habilidad.
Poco a poco fue llegando el final de esta historia: envejeció siendo consciente de que vivir en manada no era lo mismo que hacerlo enjaulada.
Fue tratada con respecto y se le concedió el gran privilegio de marcharse con dignidad, con el honor de una loba anciana.
Antes de apagarse, supo que aquella manada que se había creado en torno a ella la había adoptado para recordarle quién era...Le había regalado una segunda vida...y ella, a cambio, les había impregnado con una luz y un aprendizaje que siempre les acompañaría.
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