A mediados del 76, un joven tuvo que confesarle a su mujer que llevaba a cabo actividades políticas contrarias al régimen franquista.
Vivían los dos, con una hija pequeña y otra en camino, en una habitación cedida por unos familiares pertenecientes a la Guardia Civil. Es decir, en el cuartel de la Guardia Civil.
Sucedió en época de bombas, protestas y actos varios donde los estudiantes estaban en el punto de mira y el dictador a punto de desaparecer...
Había avisado de que volvería tarde de la Facultad preparando sus exámenes, pero habían pasado demasiadas horas...Su mujer, temerosa de que se hubiese visto en medio de alguna revuelta y con ocho meses de embarazo, no pudo más: pidió ayuda a la familia del joven para que fueran a buscarle.
Cuatro agentes le localizaron en plena madrugada. Dieron con él saliendo de la Facultad cuando aún le quemaban los dedos de acariciar panfletos prohibidos...Por un segundo pensó que le habían descubierto: o le detendrían, o sus camaradas dejarían de confiar en él.
De vuelta a casa fue escoltado con todos los honores y decidió durante el trayecto, que aunque pusiese a su compañera en peligro, tendría que contarle la verdad.
Ella se estremeció al escuchar...una mezcla de culpabilidad ante el peligro de delatarle sin saber y de terror por ser descubiertos, no le dejaba entender que lo que él hacía, también era para el bien de sus hijas.
Amaneció en aquel cuarto con una arenga contenida de gritos enclaustrados por parte de él y con un "Estás loco, te van a matar. Nos fusilarán", por parte de ella. Corazones golpeando el pecho de euforia por parte de él y de terror por parte de ella. Lágrimas en los ojos de ambos...
Como buen profesor supo enseñar la verdad que les ocultaban a alguien que vivía ajeno y protegido por el atronador silencio del miedo...
A partir de entonces él tuvo que demostrar a sus camaradas que no era un topo y que ahora debía llevar a cabo actividades menos arriesgadas, o mantenerse al margen por un tiempo.
Ella le despedía cada día con el miedo cosido en el cuerpo y pasaba horas clamando al cielo para verle de vuelta...
Durante todo ese tiempo yo estuve allí. Y aunque muchos me han mandado a callar porque cuando Franco yo no había nacido, sí que estaba. Dentro de aquella barriga ya era una persona. Me mecía en el calor de mi madre, de la Tierra, de aquél verano...me fraguaron durante aquella batalla.
Desde antes de nacer, supe que no quería regímenes en mi existencia. Que no aterrizaría en este planeta para ver repetir una historia de tanto dolor, muerte y silencio.
Desde anoche puedo sentir de nuevo el latido de la placenta que me alimentaba: de nutrientes y de miedos...
Desde anoche siento que los que están y saben de lo que hablo, pasarán unos días como aquél joven matrimonio, cargado de incertidumbres y temiendo perder la libertad luchada.
Anoche pude sentir que, los que no están y lucharon, se sentían olvidados.
Pero yo no olvido:
No olvido a mi padre.
No olvido la historia.
No olvido la lucha silenciada.
No olvido el miedo tatuado en la mirada.
No olvido que no hace tanto, publicar textos como este podía costar la cárcel en este país. O algo peor...
No olvido que enfrentar a hermanos por pensar diferente es sólo un juego del que manda para no perder su poder.
No olvido hablar con los jóvenes de la historia para que no se repita.
Y, sobretodo, no olvido quién soy.
Rota por la pena de un país que se deja arrastrar por el tsunami de la ignorancia, puedo sentirme tremendamente privilegiada por haber crecido en un ambiente donde el miedo a hablar se superó; donde los niños escuchamos historias y crecimos sabiendo que, todo aquello que nos encontramos, no había sido gratis.
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