Se declara el estado de alarma el mismo día que salgo de vacaciones. Y así...una semana de "vacaciones" en casa.
Estalla el cáos mediático ante un enemigo invisible que nos encierra en casa por "seguridad".
Militares en las calles...Me falta el aire...Nada bueno puede salir de un asunto sanitario que se intenta controlar como una guerra...Historias del pasado me oprimen el pecho. Me traslado a una época, a lugares que pertenecieron a otros y cuyos ecos han quedado grabados en mí. Miedo...Me ahogo en pesadillas aún con los ojos abiertos. Miedo...
Bombardeo de noticias donde sólo se habla de muertos. Se repite la información en bucle y termino apagando la tele. Bombardeo en las redes...Algo no nos están contando, pero se habla sin parar sin dar información relevante. Sólo se expresa miedo, caos e incertidumbre. Comienzo a dejar de seguir contactos que repiten lo de los muertos como un mantra. Nada que no me aporte. Amplío mi visión hacia científicos independientes que llevan tiempo informando y a los que se les ha silenciado sin escrúpulo...me dedico a observar sin opinar, porque todo es demasiado nuevo y las revelaciones demasiado arriesgadas para tomarlas en serio a la primera. Sólo observo.
Llegan imágenes de balcones solidarios. Conciertos organizados o encuentros de artistas que nos quieren hacer más amena esta extraña y nueva existencia...hoy nadie se acuerda de ellos.
Aquí tocaba pensar en el otro. Ser empáticos. Cuidarnos para protegerles...vibrar en el amor frente a toda esta incertidumbre que nos hace torpes en la asignatura de vivir.
Fueron siete días extraños.
Luego, a trabajar, porque mi servicio era esencial.
Desde el mostrador se vivía un vacío denso, pero no dejaba de trabajar. Teléfonos que echaban humo, gente asustada, mayores que lloraban angustiados...E irte a casa con toda esa carga del cambio y del miedo de otros.
Entender la importancia de tu papel en todo esto. Llorar por las noches sin consuelo para poder "colocarlo".
Trabajar más que nunca.
Dejar caer, exhausta, la cabeza en la almohada y levantarla porque surge otra idea para "abrazar" a la gente con una palabra, un gesto o una nota.
Llamar a clientes de los que no sabes nada hace tiempo. Hacerles saber que estás, por si te necesitan.
Emocionarte al bajar la verja del negocio y oír a los vecinos aplaudir a los que en ese momento eran los soldados de esta guerra. Y caer, días después, en que estás igual de expuesta y a ti nadie te aplaude...
Llorar cuando llegas a casa después de la compra por sentir el estrés de no saber qué protocolo toca hoy, pues hace quince días que no pisas el supermercado, y por el temor al vacío: estantes vacíos, saludos vacíos,miradas vacías...Observar el gesto automático de l@s cajer@s, reponedor@s, repartidor@s,...y caer en que tampoco les aplauden porque no salvan vidas, como si mantener el tipo ante semejante oleada de zombies no fuera digno de algo más que un aplauso.
Pensar en los agricultores y en lo poco que se valora su trabajo, a pesar de que comer lo que producen nos está costando una fortuna.
Sentir, una vez más, que todo esto me recuerda a otra época y que estamos a un paso de las cartillas de racionamiento, porque no es justo salir de trabajar y no encontrar nada en los estantes para elaborar una comida digna.
Comenzar a cuestionar informaciones que se contradicen aún cuando has llorado a los muertos (sin tener en cuenta que no habías estado tan sensible con los muertos de gripe del año pasado, que habían sido más)
No recuerdo en qué momento algo hizo "click". Había permanecido observadora, incluso defendiendo la importancia de obedecer las órdenes,pero sonó el "click" y dejé de conformarme. Porque las decisiones y las informaciones, de repente, no tenían sentido: como que en pleno siglo XXI se utilicen técnicas de la Edad Media para frenar una epidemia o que hayan estudios de sustancias útiles para estas y otras enfermedades, que no se den a conocer...¿qué quieren escondernos?