Hace días supe que te habías ido.
Emprendiste un viaje sin retorno y sin despedirte. Un viaje que todos tarde o temprano haremos, aunque tu partida fue temprana. E inesperada.
A golpe de bisturí se te concedió el billete. Y ya. Dejaste de estar entre nosotros. De un plumazo...
Traté de encajar el hecho de que tu belleza imperturbable, tu amor hacia el color y la alegría, tu altruismo...no serían eternos.
El hombre que no envejecía, con su sonrisa dulce, su imagen perfecta, su palabra amable...Aquél que se hizo a sí mismo encontrando un sitio entre los que no tenían uno propio...tenía fecha de retirada.
Aquél que entregó parte de su vida a recibir a los que se libraban de la garganta del mar. Y luego a los niños, dotándoles de luz, vida, carnaval,...Partió sin avisar.
La imagen de tu sonrisa, llena de vida, chocaba con la idea de que no te veríamos más. Con la idea, incluso, de que quizá lo sospecharas, pero no dijiste nada. Y es que lo tuyo siempre fue recibir, no despedir...
Enterarme fue un jarro de agua helada. Me costó reaccionar. Aún no lo creo...Después de días trayéndote a mi recuerdo entre pena, enfado e incredulidad, deduzco que, al fin y al cabo, sí que eres eterno. Imposible enterrar en el olvido la suerte de coincidir, en esta aventura de la vida, con un espíritu libre y hermoso, dotado de una imagen perfecta.
Gracias. Gracias porque la vida, de no ser por seres como tu, seguramente sería menos bella. Gracias por ser eterno.
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