viernes, 6 de septiembre de 2019

BLANCA, LA MUJER DE VIENTO...

Siempre deslizándose a toda velocidad.

Desde niña, adicta al frío que le golpeaba la cara como un bloque de hielo que se amoldaba a cada poro. Adicta a volar sobre el blanco frío...

Rápida como el viento en cada bajada. Con un control suizo en cada llegada, sabe Dios después de cuántas caídas...

En casa tenía un maestro. Con él compartía afición. Era su objetivo, su obsesión: imitarlo, seguirlo, mejorarlo, estar a su altura...La observación y el esfuerzo constante la ayudaron a avanzar. Cada vuelo mejoraría el anterior.

Y llegó su momento: la benjamina de la saga despuntó y destacó como una de las mejores del mundo en fluir como el viento soplando ladera abajo. Derritiendo con el roce de su aliento cada surco del blanco impoluto.

En casa, como personificación del viento fue la segunda, pero para nosotros fue la primera en muchas cosas: primera mujer, primera española, primer bronce, primera olímpica,...

Acaparó todas las atenciones. Aquella sonrisa de ángel con ojos tristes mostraba medallas y logros sin límite. Fue su época más blanca....

Pasó el tiempo y muchos la olvidaron. Se enfrascó en llevar una vida normal, cuando volverse normal después de aquello era tan complicado...Familia, hijos, retirada,...todo demasiado normal. El triunfo a ojos del público la había abandonado y quién sabe, si ella sentía que la vida ya no era suficiente triunfo para lo que se había acostumbrado.

Su maestro también se marchó. Como en una bajada sin control, acabó por pararse su pulso. Y ella ya no volvió a ser la misma.

Su inspiración se había roto como una brújula en medio del desierto...Tocaba inspirar a otros pero ahora, la tristeza de sus ojos sí que era la protagonista de sus gestos: el marco de aquella cara de niña a la que el tiempo había olvidado.

De repente, nada. Sólo recuerdos de promesas incumplidas. De logros olvidados. De instituciones que explotaban para obtener resultados y que luego daban la espalda. Nada...

Un día subió a una montaña que no era blanca. Y ya no bajó. Se quedó allí, inerte, en la soledad de la altura. Sola. Quién sabe si añorando otra etapa, a otra gente o sólo preocupada por si tendría que comprar una lavadora nueva. Nunca lo sabremos...

Lo que sí sé es que la recuerdo. Y que la recuerdo siendo yo muy niña y admirando a la joven blanca de viento y sonrisa angelical, mostrando los metales que colgaban de su cuello. 

Yo no la había olvidado...Es cierto que confesándolo no puedo cambiar nada, aunque tal vez a ella le guste saberlo, allá donde esté. Así que, por si acaso, lo expreso. Pues es una realidad que el viento... se cuela por todas partes.

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