Sucedió una tarde cualquiera.
El cielo se tornó rojo, sucio, macabro,...se tiñó de sufrimiento.
Lenguas rojas de fuego azotaban nuestros campos. Y se desató el dolor: mirábamos a lo alto clamando lluvia, conectando con nuestro chamán interior. Rezando, pidiendo audiencia a cualquier ser superior que pudiera existir: Dios, El Universo, Nuestro Doble Cuántico, Pachamama,...
Valientes soldados en armadura, cargados con agua como única defensa y con la bravura y coraje como escudo, luchaban cuerpo a cuerpo con el diablo que avanzaba furioso. El diablo, el que había tomado forma de aulagas de fuego rodantes como aspas de molino. Gigantes. Tanto, que ni el pobre Alonso Quijano en su locura extrema, los habría enfrentado. El diablo, tragando y reduciendo a cenizas la vida encontrada a su paso.
Pájaros mecánicos escupían agua intentando pararlo todo, tratando de rescatar a los pájaros oriundos de su muerte segura...y la vida escapando...
Llegó la noche. Oscura, tremenda. Como única luz, una antorcha inextinguible. Nos habían cambiado los montes, por un volcán. Entre sueño y vigilia, un rezo. Un deseo: Agua Bendita.
Y Pachamama nos escuchó. Y refrescó la tierra dando tregua a los soldados y a los montes. Tratando de limpiar, sin suerte, el daño cometido por aquella mano demoníaca.
Adiós a los hogares, a animales, a los árboles. Adiós a vivencias, a recuerdos. A compañeros de viaje. La nada oscura los había engullido...
Pero ahora el diablo guarda silencio. Pretende que olvidemos, agazapado, mientras la vida pasa y nos deleita con otros asuntos jugando al despiste. Lo hace y acalla, con su soberbia insolente, los lamentos y el sentir de una tierra que no es capaz de mirar de frente su obra sin sentir una opresión en el pecho.
Tapa la muerte, en general, y la de Carin, en particular. La ninguniza.
Carin, que eligió amar esta tierra tanto o más que sus hijos. Que enterró bajo un castaño las cenizas de su esposo fallecido, sin sospechar que acabaría uniéndose a él compartiendo un mismo final. Carin, que en vez de correr a la llamada de la seguridad, lo hizo para salvar a sus compañeros fieles y terminó hecha cenizas. Unida a su esposo para siempre por un romanticismo macabro. E inesperado.
Su esposo, cuyo árbol alimentado de su esencia, también engulló el fuego y es que eso... no hay Ave Fénix que lo supere.
A ti, diablo, al que no merece ni una mayúscula en su nombre, sólo me resta decirte que no olvido. A ninguno. Y por más que calles, terminarás quemándote en tu propio fuego porque la evidencia de tu secreto, terminará saliendo a la luz. Ese será tu castigo.
La vida volverá y tu, no estarás invitado.
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