Unos piratas holandeses desembarcan en la playa de Sardina de Gáldar. No hay nadie, ni tampoco una construcción. Sólo se ve una bandera azul que ondea deshilachada por el viento.
(...)
Después de aquella pelea decidió abandonarle. Con cuerpo y alma heridos por el hombre que tanto amó, huyó de madrugada a las calas de Sardina de Gáldar.
Se bañó desnuda y salió renovada.
Cubrió su piel perlada de agua con un pareo azul de flecos serpenteantes y divisó el barco pirata. Sus hombres remaron en bote hacia la orilla y saltaron corriendo hasta ella.
Se ajustó el pareo, temerosa.
El apuesto líder del grupo le habló con la lengua de su infancia. La de su abuela.
Rememoró la leyenda holandesa del barco pirata que buscaba por las costas a la mujer de la bandera azul. Ella indicaba el lugar a sitiar y los ataques acabarían cuando la musa y el capitán se amaran, al fin.
Aquel barco se lo había tragado el tiempo, como a ella. Pero ahora era libre, estaba preparada y él había sorteado siglos para venir a buscarla.
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