El día de hoy comenzó con uno de esos compromisos sociales que tan poco nos gusta cumplir. Ya sea por la inapetencia de ceder a los protocolos que la sociedad impone, ya sea por la baja tolerancia que una tiene ya a impregnarse de la tristeza de otros. Hube de acudir al sepelio de una tía de mi padre.
En medio del emotivo acto, siendo testigo de la emoción de los hijos y los nietos de la difunta, encontré una razón para celebrar la vida. Extraño momento y extraño lugar para hacerlo, lo sé...
Me reencontré con un primo de mi padre, de esa parte de la familia que vive en Tenerife y de la que el tiempo, la distancia, la pereza y, la propia vida, me han terminado alejando. No le veía desde que era una niña, creo...
Era el típico primo lejano que, siendo yo una cría, veía como el más guapo y simpático. Era una faena ser una renacuaja. O tendría que crecer pronto, o me buscaría uno como él cuando fuera mayor (al final, ni una cosa, ni la otra).
Cuando se acercó a abrazarme era inevitable reconocerle, a pesar de los años transcurridos, por aquella hermosa sonrisa. Acompañado de su pareja nos pusimos al día, brevemente, sobre qué era de mi vida y de la suya. Hablamos, cómo no, de la pena por su hermano fallecido hace algo más de dos años y, de repente, la conversación se volvió hermosa: de cuando "El Negro" tomaba el café frío en un frasco de cristal que llevaba consigo a todas partes; de cuando "El Negro" trabajaba en la Guardia Civil y se vestía con una chaqueta vaquera sobre el uniforme, aunque su padre le amenazaba con meterle en el calabozo por falta de respeto al cuerpo; de cuando "El Negro" le dijo al "Flaco" (mi padre), que había que dejar el mini en Siniestro Total para poder cobrar el seguro;...ay, Rafa, cuántas locuras nos dejaste para contar y recordar.
De repente me sentí viviendo una enorme paradoja: estaba haciendo acto de presencia en la despedida de una persona mientras celebraba la vida pues...¿Qué es la vida si no merece ser recordada por los que dejas cuando te has ido?
Y me emocioné, al llegar a casa, rememorando cómo había encajado yo en su día la noticia de la muerte del "otro hermano" de mi padre. Cómo recordé, llorando y riendo a la vez, las anécdotas locas del "Negro" y cómo deseé no olvidar nunca esa alegría y locura innata de la que era dueño y señor. Él, que sabiéndose enfermo, pidió a su familia que hicieran una fiesta y le recordaran con música de Bob Marley cuando se marchara. Grande, "Negro"... Siempre apoteósico.
Hoy, con este encuentro, pude ver en la sonrisa de mi primo el reflejo de otra sonrisa. La del hermano que ya no está. Y me di cuenta de que, al final, tampoco fue tan horrible acudir a este entierro. Y de que el tiempo pasa, nos hace mella, la gente cambia,...pero la vida siempre merece ser celebrada. Siempre. En cualquier momento...
Gracias, "Negro".
No hay comentarios:
Publicar un comentario