domingo, 9 de abril de 2017

HACIENDO BALANCE

Cuando decidí que debía tomarme más en serio lo de escribir, se me vino mucha gente a la mente. Pensé en los que me influyeron por ser como eran. En cómo se dio la semilla, en quién me enseñó, quién me mejoró, quién me completó...

Pensé en la persona que me enseñó a leer: la madre Olga. Una monja joven y cariñosa que enseñaba las letras a las niñas del Parvulario. Recuerdo mi majadería, con cuatro años, de confundir la "f" con la "j". La madre Olga marcaba tareas a la clase y me llevaba con ella fuera, al jardín del centro, donde podía, a la vez, controlar lo que pasaba en clase. Sentadas en un escalón me hacía repasar las letras en unos preciosos tarjetones rotulados en molde caligráfico. Y me volvía a equivocar...
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Y aquella mujer, en su paciencia infinita, volvía una y otra vez a explicarme la diferencia. Con una sonrisa verbalizaba un "no pasa nada", pero yo quería saber. Quería aprender. Y quería pagarle aquella atención que tenía conmigo, haciéndola sentirse orgullosa. Tan agradecida estaba,,,y aún lo estoy. Creo que cualquier persona que ame las palabras nunca podrá olvidar quién se las enseñó. Ella activó mi semilla, que ya estaba plantada desde "el origen".

Luego hubo varios maestros y maestras que me vieron pasar por sus vidas pero que nunca vieron en mí nada especialmente destacable. Así, hasta cambiar de colegio y tener, como profe de lengua, a Juan Tomás. Recuerdo que me hacía participar en clase y yo, que andaba muy despistada con cosas de la edad, no fui capaz de notar que aquél hombre trataba de alentarme para que continuara aprendiendo y mejorando. No quería fastidiarme ni cuestionarme cuando me pedía que fuera yo quien leyera en voz alta las soluciones de los ejercicios. O mis redacciones. Quería que me diera cuenta de lo que valían. Él me mejoró.

Siguió pasando el tiempo y fui subiendo de nivel. En el instituto tampoco destacaba en nada, que yo recuerde...sí hubo un año un concurso de literatura y presenté un texto en prosa que quedó en segundo lugar, pero nunca lo tomé demasiado en serio, porque dudo que se presentara mucha más gente.

Cuando llegué a C.O.U. me topé con los genios de la Literatura y con un profesor que explicaba sus clases como si fueran cuentos. Ángel se convirtió en la persona que me hizo ver más allá de las historias. Sus clases eran lo más deseado de la semana y con su saber y amor por las letras, pude dar con el mío propio.

De todo lo que me enseñó puede que sólo recuerde una quinta parte, pero darme cuenta de cuál era mi mejor manera de expresarme fue la mayor de las enseñanzas. Ángel me invitó a sentir y a hacer sentir. Él me completó.


Luego la universidad, planes que se cambian, la vida que sigue y tu capacidad...ya ni la recuerdas. Luego el mundo laboral. Y la vida...llega un momento en que el universo se viene abajo y que tocas fondo porque te rindes dejándote hundir. En ese momento coges un bolígrafo y tratas de expresarte, pero hay tanto de íntimo en lo que haces que no le ves sentido a escribir para que otros lo lean ¿A quién le puede importar cómo te sientas? ¿Estaré haciendo el ridículo?

Pero en medio del túnel alcanzas a ver un destello. Y lo sigues. Tu instinto te dice que tienes que escribir, le importe a quien le importe el contenido. Que debes escribir para dejar que tu alma se exprese. Y te decides a seguir...Entonces empiezan a aparecer señales: un taller de escritura con Santiago Gil. Él me reencontró.
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¿Serviré para esto? ¿Merecerá la pena? ¿Estaré a la altura?.,.Creo que cuento con un deseo de "servir"que puede superar casi todo. No sé si estaré a la altura pero, lo que sí sé, es que aún y conociendo lo mucho que me queda por aprender, merece la pena. Estoy lista para reescribirme.

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