Llevo tiempo queriendo escribirles. No son muchos, pero sí los que deben ser. Todos tan distintos, de entornos tan diferentes y de costumbres tan varias...
Personas que tienen mucho en común conmigo. O poco. O nada. Pero eso da igual. Porque hay una fuerza que nos une, ya sea por necesidad, amor, deseo o rutina. Aunque no una rutina aburrida, sino de esas que enganchan porque mejoran tu vida: como el té por las mañanas, la comida sana o la ducha relajante.
Podría dedicarles tópicos como "tengo un montón de amigos", pero es mentira. No los tengo. En realidad amigos, de los que pertenecen a esa noble categoría, tengo pocos. De hecho considero que se usa la palabra amistad con demasiado relajo. Un amigo no es cualquiera. Lo tengo muy claro.
A algunos los conocí en el mismo entorno. Otros se fueron uniendo al grupo o yo me fui uniendo al suyo. Los grupos de amigos...porque cada amigo pertenece a un grupo diferente, o comparte contigo dos o más grupos en común: están los perfectos para compartir confidencias, con sus risas y llantos incluidos. Están a los que no hace falta contarles penas porque su energía es tal que cuando compartes con ellos un rato, se te olvidan. Luego están los que podrían ser tu pareja, porque comparten contigo de todo, hasta la cama, pero no cabe en esa convivencia un proyecto más alto que el de la noble amistad. También están los de toda la vida, los que da igual el tiempo que pasen lejos de ti, porque al volver a verles todo es como si nunca se hubieran ido.
Luego están esos que se ven dos o tres veces al año aunque sólo sea por el placer de compartir el espacio, ya que el contacto se mantiene por vías más indirectas y hay una actualización constante de datos. Siempre hay un contacto porque se ha establecido un hilo rojo entre nosotros, como el que se define en la leyenda japonesa. De hecho, es posible que nos acordemos del otro y le escribamos o llamemos, justo cuando el otro está pasando por un momento importante o acordándose de ti. La conexión del hilo rojo...aún a kilómetros de distancia.
Están los amigos que te fallan, pero de los que sabes que nunca podrás borrar el vínculo que se había generado. Probablemente, desde una vida anterior.
Existen, en mi vida, amigos que me han visto caer y no han sabido tenderme una mano. Otros que sí, que me han acompañado aún en la distancia y me han dado aliento por cada movimiento que he hecho para incorporarme. Incluso los hay que me apoyaron en ese momento sin haber tenido una relación previa tan importante como la que tenemos hoy. Asimismo están los que me conocieron en la caída, pero lejos de alejarse vieron que había algo en mí que merecía la pena. Y se quedaron. Y por saber esperarme hoy disfrutan de lo mejor de mí. Y yo de lo mejor de ellos.
Podría también decir que "los amigos son la familia que una elije". Puede que sí. Puede que así sea, aunque he de añadir que en muchos casos me han elegido ellos a mí. Algunos, incluso, cuando ni siquiera yo habría dado un duro por estar conmigo.
Bien es cierto que, cuando una llega a quererse tanto que disfruta de sí misma como si fuera lo mejor que le ha pasado, aparece también lo mejor de los amigos. Probablemente porque todo está lleno de pura autenticidad.
Hay amigos para cada etapa de la vida: los de la niñez, los de la adolescencia, los de la madurez,...los que ves evolucionar o de los que pierdes la pista y, cuando la encuentras, ya nada es lo que era. Ni siquiera tu lo eres. Pero también están los que, aún y habiendo vivido esto último, cuando recuerdas tu relación con ellos no puedes evitar emocionarte, pues su cariño te acompañará siempre. Y lo sabes.
Me pregunto qué pasaría si juntara en una misma habitación a toda esta gente tan dispar. Seguramente se matarían. A diferencia limpia...
Y, a pesar de ello, hay que ver cuánto les quiero...
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