lunes, 15 de mayo de 2017

MARIPOSAS EN LOS PIES...

Hoy me desperté con ganas de bailar. Otra vez...

Vuelve a mí la dulce obsesión que me persigue desde niña. Me recuerdo muy pequeña, queriendo llevar moño y tutú. Me imaginaba sosteniéndome sobre mis pequeños y torpes pies, la base inestable de mis flacuchas piernas, como si fueran perfectos. Volaban, mis pies. Como si un ejército de mariposas los condujera en su hermoso vaivén. Pero todo estaba en mi cabeza.

Miraba la tele ensimismada cuando se televisaba alguna pieza de un ballet clásico. Aquellas puntas...aquella gracilidad en el movimiento, como si fuera natural, como si no costara nada.

Fui creciendo y alejándome de este amor incondicional, pues no hubo ocasión de enviarme a recibir clases. Y me fui convenciendo de que ya no valía la pena. Empezando mi adolescencia, me tocó llevar (paradojas de la vida) a mi hermana pequeña a clases de danza. Iba a ver su trabajo y, mientras la pequeña rubia revoltosa saltaba entre los bancos suecos del gimnasio al acabar, yo me quedaba a ver el ensayo de las mayores que empezaban después. Las mayores, las que tenían mi edad, pero que llevaban bailando desde la edad de mi hermana.

En una ocasión recuerdo que el profesor, que había sido el único en percatarse de mi inquietud, me preguntó por qué no lo intentaba. Y yo, para entonces tan convencida de la fuerza de mis complejos le dije que no, que yo nunca serviría para aquello.

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Mi hermana creció y pasó de la danza a la rítmica. Desde el banquillo aprendí mucho del lenguaje y la técnica, siempre como ferviente admiradora.

Yo también crecí, por supuesto, y cuando contaba 28 años vino mi hermano pequeño a pedirme que le acompañara a clases de bailes de salón. Primero, me moría de risa: "¿Qué hacemos allí tu y yo, hermano? Yo, que soy un pato y que te llevo doce añazos. Y luego los compañeros, que serán todos de club de pensionistas.."

Tanto insistió que cedí. Y aquella broma se convirtió en una etapa de sacrificio, amor y auto-realización. Años en los que fui absolutamente feliz. Los viajes, las horas de formación, las competiciones, las lesiones, los dolores de pies, los entrenamientos, los tambores de guerra retumbando en el pecho antes de salir a la pista,...eran todo mi mundo.

Descubrí dos grandes cosas: la primera, que observar tan de cerca a mi hermana me hizo mejor, porque era mi referente de superación. De hecho, donde yo veía unos brazos larguiruchos, ella reconocía unos brazos estilizados y elegantes. Y así, sin saberlo, me enseñó a ver la belleza en todo lo que mi cuerpo ejecutara para transmitir.

La segunda fue encontrar en mi hermano a mi mejor amigo. Y a pesar de su juventud, de nuestra diferencia de nivel (él era un crack), así como de las disparidades de opinión...creo que esa etapa no habría podido ser más hermosa si no la hubiera compartido con él, razón por la cual le daré las gracias toda mi vida.

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Pero sucedió que cuando yo ganaba en confianza y en deseos de avanzar y despegar, apareció su deseo de aparcarlo todo. Y se acabó. Lo intenté con varias parejas, con otras disciplinas donde no hacía falta pareja...todo me aburría. Y me rendí.

Siguió pasando el tiempo y durante gran parte del mismo, la tristeza y la añoranza me atrapaban.

Fui enterrando mi deseo. Fui caminando hacia atrás y convirtiéndome en la mera espectadora de los espectáculos a los que asisto...pero el subconsciente vuelve a atacar, implacable...y de nuevo sueño con un cuerpo grácil y fuerte a la vez, con una base firme, pero ligera, que se mueva al compás del batir de alas de cientos de mariposas...
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