Es un señor humilde. Un basurero de Bogotá.
Todas las mañanas inicia su sucio trabajo con un cometido superior: recuperar los libros de la basura. Los libros que los ricos desechan.
Se hizo con un espacio y reparó los ejemplares más maltratados. Los ordenó y, con ayuda de su familia, montó una biblioteca para los niños pobres de su ciudad.
Las personas, todas las personas, tenemos una misión en la vida que va más allá de lo que la sociedad nos impone: todas tenemos un sueño que, en la mayor parte de las ocasiones, ayuda a cumplir los de otros. Puede que nuestro trabajo impida que los realicemos, o nuestra condición económica, o incluso nuestra situación familiar...pero los sueños siempre asoman.
Nuestro rescatador sabía, de primera mano, cuál era la importancia de la educación, del saber, del conocimiento,...afirmaba que su sueño era que las personas tuvieran conocimiento, pues esa era la llave para la paz en el mundo.
Quizá, en realidad, siempre quiso ser maestro, profesor, erudito en alguna materia importante, pero su suerte lo obligó a ser basurero. No obstante, el sueño insistió en proliferar, y a día de hoy, los niños pobres de Bogotá acuden a su casa para llenarse de conocimiento...
Colombia, Brasil, España,...en realidad da igual el lugar. De la misma manera en que todos tenemos sueños, en todas partes hay rescatadores. Gracias a todos ellos por existir, por no conformarse, por ser rebeldes...gracias porque bien saben los gobiernos que lo que dice nuestro basurero colombiano es cierto. Muy cierto. Y en la mayoría de los países de cualquier parte del mundo, cada vez interesa menos que la gente piense, cuestione, opine o se exprese. Si no fuera por los rescatadores rebeldes, los que creen en algo más y no se conforman con tener su trabajo como único cometido en la vida, como autómatas en una mátrix, nadie nos recordaría que en el saber está la solución a todo lo que hace peligrar el mundo. Y es que todo, absolutamente todo, está en los libros.
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