Yo tenía 20 años. Él, 29.
Yo era una chiquilla asustada: por el futuro, por la inexperiencia, por la vida,...
Él se dedicaba a la política. Era concejal de un partido con el que nunca me sentí identificada. Pero eso, en realidad, no tiene ninguna transcendencia.
Después de haber visto nacer a un hombre desde el agujero del suelo de una fábrica, después de haber presenciado su mirada de terror y de alegrarnos de que volviera a la vida, no se nos dio un respiro. Y él...él se llevó la peor parte.
Le sacaron de su vida desde una estación de tren y, sin ningún arte de magia, fue introducido a la fuerza en un coche. Él, que siempre se negó a llevar escolta, a pesar de vivir en un "punto caliente" del país.
Inmediatamente, se nos informó de lo sucedido: le habían secuestrado. Igual que al renacido. Pero esta vez, con la amenaza de sacrificarle si no se les daba lo que querían. 48 horas. Y empezó la cuenta atrás...
Noticiarios, programas especiales, radio, manifestaciones,...y el tiempo pasaba. El despliegue policial se puso a prueba y no hubo rincón que no se registrara...menos el adecuado.
Mareas humanas, manos alzadas, lazos azules y un solo sentimiento. Un solo grito: BASTA YA.
Gordos, flacos, altos, feos, bajos, guapos, rubios,...
Abogados, estudiantes, jubilados, niños, adolescentes, amas de casa, maestros, obreros, panaderos, hosteleros, taxistas,...todos marchábamos con el mismo fin: el sentimiento compartido de un deseo. La exigencia unificada de una libertad que nunca debió ser arrebatada.
Llorar de rabia, luego de esperanza. Pensar que aquella "Crónica de una muerte anunciada" quizá no terminara siendo tal. Hablar de ello a todas horas, durante dos días. Soñar con ello. Autoconvencernos de que era un farol y que teníamos en nuestra mano el poder de parar esa barbarie. Porque ya estaba bien. El vaso estaba rebosante, colmado, desde hacía tiempo. No lo cambiaríamos por otro mayor con el fin de seguir aguantando. ¿A qué venía esa desfachatez, esa provocación...?Tendrían que venir a por nosotros, en todo caso. Éramos más, mejores personas,...no podían ganar.
¿Y él? Solo. Encerrado en un agujero...¿sería consciente de su situación real? Daba igual...Llegado el momento, impacto ardiente en la nuca...rodillas al suelo...nuevo impacto...todo negro...Se acabó.
La sensación de derrota fue inmensa. Llantos de rabia, de dolor, de impotencia,...deseos de despertar. No podía ser cierto...Pero no despertamos. Ninguno...Todos deseamos tomarle el pulso y dar con él...Pero no despertamos: ni nosotros de nuestra pesadilla, ni él de su descanso forzado sobre un manto verde...Verde y rojo.
Y volvimos a la calle. Las avenidas se llenaron de gente en todas las ciudades de España. Todos necesitábamos compartir nuestro sentimiento. Algunos salimos con la intención de gritarles que no se les perdonaba. Que ya estaba bien. Que ellos mismos habían marcado su final....pero nos encontramos con personas que marchaban en silencio, llorosas...Con gente cabizbaja que había malgastado su rabia en las últimas 48 horas y a la que ahora sólo les quedaba la pena. Todos, unidos, marchamos con la conciencia de que acudíamos a un entierro. Y así fue.
20 años después, considero que Ortega Lara y Miguel Ángel Blanco lograron movilizar un país entero. Pienso que, con ellos, les llegó la representación a todas esas víctimas olvidadas del terrorismo en España y, por fin, todos nos hicimos partícipes de ese dolor y de esa injusticia.
Pero está claro que nunca llueve a gusto de todos...en un país donde la religión ha sido más castrante que justa, muchos pretenden "beatificar socialmente" la imagen de Miguel Ángel. Yo pienso que todas las víctimas de tantos años de terrorismo etarra merecen un mismo reconocimiento: el respeto. La diferencia, con Miguel Ángel, es que nos amenazaron a todos. Y todos nos hicimos partícipes de esa lucha y deseamos con toda nuestra alma que le liberaran o que le encontraran con vida. Porque fue un secuestro expréss, cruel y en directo, que se metió por medio de la tele en nuestras casas. Y porque si acababa bien, acabaría bien para todos.
A pesar del tiempo transcurrido, de vez en cuando me acuerdo de Miguel Ángel Blanco y de lo que significó para mí estar presente en ese momento de la historia de España. Sigo sintiendo rabia y la cicatriz sigue doliendo cuando la toco, pero asumo que lo más bello de todo es que gracias a él y al peso de la memoria de todos los anteriores, fuimos, por fin, Fuenteovejuna. Mantenerle vivo, a él y al resto, sólo dependerá de que no le olvidemos y de que su memoria no sea manchada por la lacra de los intereses políticos o los debates sin sentido de las redes sociales. Porque eso, no es respeto.
Y observando la facilidad con que aquellas heridas se vuelven a abrir al recordar, así como la ligereza con la que nos atacamos vilmente cuando no estamos de acuerdo en estos asuntos, descubro que hemos olvidado el valor de lo aprendido...Y me reafirmo, una vez más, en que veinte años no son nada...