Llevaba tiempo preguntándose cuándo se había sentido una niña por última vez .
Comprando fruta en el supermercado, entre productos semi-frescos recién sacados de cámaras de frío, sintió una revelación: en medio de cerezas y papayas alcanzó a ver un pequeño grano de color rojo brillante. Una semiesfera casi perfecta, del tono maduro de las fresas en su punto y con el brillo natural y vivo que superaba el resplandor inerte de las ceras artificiales de la fruta.
Una sonrisa se soltó de su rostro, nostálgica y agradecida, y rememoró sus reflexiones infantiles: "Los sarantontones son como gitanitas con alas".
Pensó en recoger al bichito y soltarle en la calle, pero ver al frutero tan malencarado le hizo creer que quizá su función era alegrarle el día a otros. Así que se alejó, convencida de que el universo le había respondido, y de que no todos los días se tiene la fortuna de encontrar vida como esa en un bodegón de naturaleza muerta.
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