viernes, 21 de julio de 2017

DIARIO DE UNA ESPÍA

Era una espía rusa.

Su vida había transcurrido entre complicadas misiones en las que se había jugado la vida. Tantas veces...


Había amado y dejado marchar o desaparecido sin dar explicaciones. Rompiendo corazones de hombres íntegros que habrían dado por ella hasta el pulso de sus venas.

Decidió no ser madre, como otras tantas mujeres...pero con la tristeza de haberlo deseado tanto que sus entrañas gritaban de desolación. No era una persona. Era una espía.

Se había prostituido en alguna de sus misiones.

En cada nueva trama de su existencia sabía que podría suceder cualquier cosa. Su cuerpo no le pertenecía. Era una pieza en el tablero de la mafia. La mejor.

Con sus manos había parado, para siempre, el aliento de muchos hombres y mujeres dispuestos a todo. No lo sentía por ninguno. O eran seres indeseables o eran daños colaterales de alguna misión imprescindible. Muchas veces, aún siendo inocentes, era preferible la muerte de uno frente a la de cientos.

Su cuerpo firme, fuerte, esbelto, atlético,...se había entrenado para mantenerlo.

Sin vida personal, sin sueños tontos que cumplir, esperaba morir joven o envejecer formando parte de los altos mandos de su organización. No existía otra cosa en su mundo.

Ahora trabajaba en un centro hospitalario. Debía dar con el objetivo y aniquilarlo, pues la misión lo requería. Observaba a aquellos auxiliares ataviados con bata blanca, que la exasperaban. Trataban a todos como si fueran idiotas. Cuando en realidad, si conocieran tan sólo un resquicio de su existencia, se mearían de miedo encima. Pobres diablos...

- Vamos, Doña Eugenia, es la hora de su gimnasia.- Le dice uno.

Es bien guapo. Perfectamente podría sumarlo a su lista de amantes, pues la espera de entrar en acción se estaba eternizando. Sería un entretenimiento perfecto. Pero no debía perder la concentración ahora...Algo le decía que estaba cerca del desenlace. Una lástima tener que renunciar a ese placer, pero lo primordial era el cumplimiento de la misión. Quizá al acabar....

El auxiliar siente verdadera empatía y lástima por aquella mujer. La ve tan misteriosa, tan inaccesible...es desolador observar cómo se marchita cada día. Siempre tan sola...Su familia no viene a visitarla y su hijo había dicho, literalmente, al entregar sus papeles en admisión: "No puedo con esta vieja loca. Háganse cargo de ella".



Ambos se alejan por el sendero que lleva a la sala de fisioterapia. El joven auxiliar empuja la silla de Doña Eugenia, mientras el sol matutino dibuja sus siluetas. Avanzan, en silencio, hacia un nuevo día. Cada cual inmerso en sus pensamientos...

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