Andaba rápida y distraídamente por la calle. Pensaba en sus cosas y en lo que tenía planeado hacer durante la mañana, pues llevaba el tiempo justo.
Al doblar la esquina se topó con dos mujeres que miraban un escaparate y, al verla aparecer, la mayor de ellas la miró como escrutándola, con miedo, con prudencia,...pero pareció pasar su filtro y se dirigió a ella.
Le preguntó que si podía decirle cuál era el precio del artículo que le interesaba del escaparate, que le habían encargado llevarlo, pero no sabía si se trataba de eso. Colgado a su lado tenía un enorme cartel con el nombre del producto y el precio...¿Qué dudas podía tener?
Al notar su cara de desconcierto, la señora empezó a dar explicaciones, asegurando que se lo habían pedido para algo que ella no sabía que se usaba. Parecía querer jugar al despiste...fue un encuentro extraño...Ella le contestó que sí, que era lo que buscaba, y la señora le dio las gracias con mucha sinceridad y alivio. Al alejarse de ellas, la mujer más joven le dio un suave apretón en el antebrazo y le dedicó una noble sonrisa de agradecimiento.
Ella siguió su camino sin entender bien qué acababa de pasar. Y, de repente, cayó en la cuenta: ¡no sabían leer!
Inmediatamente sintió un cúmulo de sensaciones dentro de sí: falta de comprensión, incredulidad, lástima, tristeza,...no sabía cuál era la emoción predominante. Darse cuenta de aquello le había sacudido del todo: ¿Cómo era posible? Las dos mujeres no eran tan mayores (la joven, incluso, tendría su edad). No eran extranjeras. Una de ellas llevaba gafas...Sólo era posible que no supieran lo que decía el cartel.
De repente olvidó la mayor parte de las cosas que pensaba hacer durante la mañana y empezó a vagar por las calles dándole vueltas a una idea: ¿Cómo se puede vivir sin leer?
En un mundo como éste, tener que fiarte de lo que te aseguran los extraños, no saber lo que firmas, no comprender ni las instrucciones de uso, ni las contraindicaciones, ni las facturas, ni las cartas de amor...No poder dejar ni recibir con la misma emoción, una nota avisando de que llegas a tal hora o de felicitación por un cumpleaños en el que no podrán verte...una nota de despedida, una confesión privada,...
No entrar en la evasión de la propia vida viviendo la vida de otros a través de los libros...perderse historias, viajes, amores, desamores, alegrías, tristezas,... perderse las palabras.
Llegó a verlas como a ciegas o a sordas. Como a personas con dificultades que sobreviven, pero que no se imaginan lo que se pierden porque no lo han tenido nunca...y pensó que ésta, sin embargo, era una discapacidad elegida. Aún así, le sobrecogió la manera en la que se habían dirigido a ella e incluso el gesto de despedida de la segunda mujer: habían conectado con ella desde la femeneidad, desde la ternura de una mirada y el contacto de una mano que quería sentirse cómplice. Quizá así era como habían sobrevivido...depurando otros medios de comunicación más primitivos que, a pesar de encontrarse tan lejos de su realidad, la habían traído de vuelta a su propia esencia.
Cuando se dio cuenta, había llegado a casa y, presa de todo lo que venía meditando, no fue capaz de volver a salir para hacer los recados. Decidió sentarse al lado de la ventana, abrir un libro, y volver a agradecer la gran suerte de la que era portadora. Ojalá estuvieran allí aquellas dos mujeres: habría leído y escrito para ellas. Y, si lo hubieran deseado, les habría enseñado a hacerlo por sí mismas.