"Llegas a casa. Enciendes la tele. Sintonizas el canal que sueles ver habitualmente mientras cenas y, en la pantalla, aparecen tus abuelos recién casados, sentados a una mesa, hablando de sus proyectos futuros." (Escribir un relato de no más de 155 palabras).
(...)
Se me atraganta la cena. Ni siquiera pienso en lo inverosímil de la situación:
Los bellísimos ojos verdes de mi abuela irradian ilusión. Deseo informarla de lo que sucederá: tres hijitas fallecidas. Tristeza, mucha tristeza. Y mucha miseria...
Quiero pedirle que no la pague con sus hijas vivas. Que las quiera, que las abrace, que ellas no se le irán. Que se aferre a quien está pero...¿quién le cuestiona a una madre como gestionar semejante dolor?
En mi abuelo veo a todo un galán. A la versión más hermosa de Errol Flynn. Mucho más hermosa. También deseo decirle que, llegado el momento, no calle su dolor. Que no lo ahogue en coñac. Que no mire a otro lado.
Les observo jóvenes, bellos, en color. Tan vivos...Y decido que no debo avisarles de nada. Y que quizá su destino cambie. Ahora, que ya no viven como imágenes en sepia.
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